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Antonio Herrero de Ricos y Libres

Antonio Herrero de Ricos y Libres

Acerca de

YO SOY.


Esta, después del silencio, es la forma más acertada en la que una persona puede describirse a sí misma. Luego te cuento por qué, pero antes déjame explicarte para qué estás leyendo esto.

Conocer el desarrollo personal y la espiritualidad de mano de grandes maestros supuso un gran cambio para mí. Supuso mi salvación, mi transformación.

Suena a tópico pero es literal.

Como la noche y el día.

Como el negro y el blanco.

Como el reguetón y la música clásica.

Como la esclavitud y la libertad.


Pasé toda mi adolescencia y el principio de una madurez que nunca llegaba, sin rumbo.

¿Sabes esas personas que desde pequeñas parecían tener todo claro y la vida les sonreía siempre? Bueno pues yo no soy una de ellas.

Lo que te estoy diciendo no es nada nuevo, hay mil historias al respecto aunque la que más lo describe es la típica de «El viaje del héroe».

A menudo me cuestionaba el significado de la vida. No la entendía en absoluto y casi nada tenía sentido para mí. ¿Trabajar, beber alcohol, ver la televisión, jugar a juegos de ordenador, buscar encuentros sexuales incansablemente?

¿Eso es todo? ¿En serio? ¿Para eso hemos venido aquí?


A mí eso no me vale.

A millones de personas, parece ser que sí.

A mí, no.

Este mundo es demasiado alucinante para que eso, y no mucho más, sea todo.


En fin, si estás leyendo esto es porque he descubierto que hay algo más y me gusta contarlo a personas a las que también les interesa.

Antes de tener un blog lo contaba en persona y ahora que tengo uno pues lo cuento por aquí.


A mí me entretiene, qué te puedo decir.

Y lo que he descubierto no es nada nuevo, no creas, aquí no he venido a contarte nada nuevo. Lo que cuento en mi blog, lo que he descubierto, son cosas viejas. Antiguas. Olvidadas para la mayoría.

Tienes que saber que somos muchas, cada vez más, las personas que lo estamos re-descubriendo y, ¿sabes? 

Es sencillamente increíble.

Más de lo que puedas imaginar.

Sospechar.

Soñar.

Pero no has de creerme. Eso nunca.

Ahora voy a contarte un poco sobre mí por si tienes curiosidad en saber quién soy yo más allá del escritor.

Me llamo Antonio Herrero Estévez y nací la noche de un 31 de agosto de 1984, y soy el típico tío que verás corriendo escaleras arriba en el metro y pensarás: qué flipao.


No es eso. Es que me hace sentir tremendamente vivo.


Soy también el típico tío que siempre está leyendo un libro en el metro y levanta la vista de las páginas para ver si entra alguien que necesite sentarse más que yo.


No es porque sea o me crea Gandi, no es eso, es porque de lo mejor que me dieron mis padres es la caballerosidad y la atención al prójimo. Conozco pocas sensaciones más alucinantes que cuando una persona te sonríe con la mirada y te da las gracias sin dártelas. Te hace sentir bien. Les haces sentir bien. Qué regalazo.

Y es gratis joder.


Soy ese que observa con horror cómo las personas pierden su vida mirando sus pantallas en el móvil. Parecen zombies. Soy ese que a menudo también mira la pantalla de su móvil, a mí también me cazaron. Parezco zombie.


Soy ese que muchas veces se deja el móvil en casa porque no soporta ser una de esas personas, estoy escapándome de la jaula.

Mira, durante años pensé que las cosas buenas sólo le pasan a otras personas porque yo no lo merecía.


Tenía como un sentimiento de culpa constante, incómodo.

Recuerdo que con veinte años le decía a un amigo que sentía cómo la vida se me escapaba entre los dedos. No soportaba ir todos los días al mismo trabajo y juraría que me dolía el pecho sólo de ver a la gente caminar por la calle mientras yo estaba sentado en la misma silla.


Día tras día.

Tras día.

Tras día.


Si enfocaba la vista, miraba mi reflejo en la ventana y creo que sentía lo mismo que cuando das sin querer a la cámara delantera del móvil y ves tu cara de mazapán.

Me veía feo ahí sentado en la oficina.

Raro.

Gordo.

Atrofiado.

Preso.


Y cuando desenfocaba y miraba a través de esa ventana y veía la calle, mi mente divagaba saltando de un lugar a otro, de una vida a otra vida. Mucho. Me metía en el bolsillo de cada peatón y me perdía por las calles de Madrid.


Hasta los 24 años casi no había salido de España y puedo decirte sin orgullo que todo mi mundo cabía en Madrid.

A los 24 me fui a vivir unos meses a Inglaterra y puedo decirte con orgullo que expandí mi mundo.


Al volver de ese viaje me convertí en emprendedor sin apenas saber cómo, sólo sabía que era la llave para ampliar cada vez más un universo que estaba empezando a sospechar… era ilimitado.

Creé un estudio de diseño.

Alquilé una oficina.


Luego otra más grande. Me llamaban universidades, institutos y centros privados de toda España para mandarme personas de prácticas.


Esa aventura duró cinco años porque, justo antes de irme a una oficina más grande y contratar empleados a tiempo completo, cerré todo. A tomar por culo.


Yo necesitaba viajar, no tener una oficina con empleados.

Así que me abrí a la experiencia de los viajeros sin fecha de regreso.

Alquilé una casa en el Albaicín justo frente a La Alhambra para despertarme durante 31 días mirándola.

Observándola sin prisa y, a veces, hasta haciendo el amor frente a ella.


Luego fui a dar un beso a mi madre y después empecé en Argentina un recorrido que terminaría tiempo después en Camboya.

Todo mi mundo cabía en una mochila de 32 litros.


Ahí ya todo explotó. No sabes de qué manera.


Me di cuenta de que el mundo era una fiesta pero que a casi ninguno nos habían invitado.


Viajé por muchas personas en no pocos países.

Cuando volví, dieciocho meses después, tenía un tatuaje aunque siempre había jurado que no me lo iba a hacer.

Traje algunas historias también. Amores, amistades, peligros, aprendizajes, sueños, ya sabes.

Ahí ya no podía parar, claro, yo quería más fiestas.


Me fui a Turkía y aquilé una casa. Quería pasear a orillas del Bósforo de la mano de Nurhak, la belleza turca que conocí en Cuba. De ahí, volé a la India, estudié el curso de profesores de Yoga aunque antes creía que era de jipis y gente rara y no tenía (ni tengo) ninguna intención de dar clases de Yoga.


Aprendí a meditar en un templo budista aunque creía que las religiones eran todas iguales. Lloré como nunca antes en mi vida al descubrir lo que verdaderamente es un ser humano y tras comprender lo que nos han ocultado durante tanto tiempo.


Me perdoné a mí mismo.


Volví de allí más delgado, menos miedoso, más minimalista, más amoroso, más vegetariano, más flexible, más soñador.


Probé a vivir en el campo, trabajé como director de afiliación para un periódico muy grande aunque me había jurado que nunca iba a volver a trabajar para nadie, probé a ganar cada vez más dinero y a trabajar cada vez menos, probé a tener huertos, organicé conferencias y retiros en la montaña, empecé a hacer cada vez más y más retiros de meditación Vipassana donde estamos diez días en silencio meditando diez horas al día, probé la buena vida, ensanché definitivamente mi universo.

Y nada, eso te quería contar.


Ah. Cuando afirmas YO SOY estás diciendo que eres consciente de que no puedes añadir nada más, pues YO SOY contempla todo lo que verdaderamente eres.


No sé si te lo ha dicho alguien ya, pero tú no eres arquitecto, o diseñadora, o limpiadora, o ingeniera, o economista, o músico. Tú no eres hombre, o mujer, o madre, o hija.

Tú no eres Antonio, o María, o Rosa, o Yolanta, o Manuel.

Todo eso es circunstancial.

Tú sólo eres aquello que te vas a llevar a la siguiente vida… Tú eres otra cosa. Tú, digamos que… ERES.

Pero por suerte eso no es algo que nadie nos pueda mostrar.

Sólo nosotros podemos comprenderlo a través de nuestra propia experiencia.


Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres

Pero no has de creerme. Eso nunca.